La protección contra incendios es un aspecto fundamental en la seguridad de edificaciones, ya que busca prevenir y mitigar el riesgo que puedan poner en peligro la vida de las personas y dañar las propiedades. Existen dos enfoques principales de seguridad: la protección activa y la protección pasiva. Ambas estrategias juegan roles complementarios, pero su funcionamiento y objetivos son diferentes, lo que resulta crucial para comprender cómo se implementan en un entorno arquitectónico o industrial.
La protección activa se refiere a los sistemas que requieren acción para operar y extinguir. Estos sistemas son dinámicos y están diseñados para detectar y responder a ellos de manera efectiva. Un ejemplo de seguridad activa incluye sistemas de rociadores automáticos, que se activan al detectar calor y liberan agua para sofocar las llamas. Otros sistemas incluyen alarmas de humo, extintores portátiles, sistemas de aspersión, y equipos de ventilación de humo. Estos elementos son fundamentales para alertar a las personas y mitigar el fuego en sus primeras etapas.
Por otro lado, la seguridad pasiva se enfoca en el diseño y la construcción de la edificación para resistir la propagación del fuego sin requerir intervención activa. Esto incluye la utilización de materiales de construcción resistentes al fuego, como paredes cortafuego, puertas resistentes al fuego y sistemas de compartimentación. El objetivo es contener el fuego en un área específica y evitar que se propague, dando más tiempo a las personas para evacuar y a los servicios de emergencia para llegar al lugar. Por tanto, la seguridad pasiva se manifiesta en la infraestructura misma del edificio, ayudando a preservar la integridad estructural y a limitar el daño.
Los sistemas de protección contra incendios se deben implementar de manera integral, combinando ambos enfoques. Ambos no son mutuamente excluyentes; de hecho, su efectividad aumenta cuando se utilizan en conjunto. Por ejemplo, un edificio puede contar con un sistema de alarmas (protección activa) y paredes cortafuego (protección pasiva), lo que proporciona una estrategia robusta para manejar situaciones de emergencia. Esta combinación asegura que se minimicen los riesgos y se maximice la seguridad.
El diseño de sistemas contra incendios debe adaptarse a las necesidades específicas de cada edificación, considerando factores como el uso del espacio, la ocupación, la altura del edificio y los materiales utilizados en su construcción. Por ejemplo, un centro comercial requerirá un enfoque diferente al de un edificio de oficinas o una instalación industrial. Además, las regulaciones locales y los códigos de construcción también desempeñan un papel esencial en la determinación de los requisitos.
La capacitación del personal y los simulacros de evacuación son componentes vitales en la estrategia. La formación de los empleados y ocupantes del edificio sobre cómo responder en caso de un siniestro, el uso de equipos de seguridad activa y el conocimiento de las rutas de evacuación son aspectos que contribuyen a una cultura de seguridad efectiva. La prevención y la preparación son fundamentales para garantizar la seguridad de las personas en situaciones de riesgo.
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Comprender las diferencias entre la protección activa y pasiva contra incendios es esencial para garantizar la seguridad de edificaciones y las personas que las ocupan. Ambos enfoques, aunque distintos en su naturaleza, se complementan y trabajan juntos para crear entornos más seguros. La implementación de sistemas adecuados, junto con la formación del personal, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte en caso de un incendio. La seguridad es un esfuerzo colectivo, y cada medida tomada contribuye a un entorno más protegido para todos. En la búsqueda de un futuro más seguro, invertir en protección es una decisión que merece ser priorizada.